La palabra de Dios es fundamental en la vida del cristiano. Y cada día, sin excepción, deberíamos ponernos en contacto con ella.
Me gusta cantar o tararear este conocido canto que se suele entonar antes del aleluya de la misa. “Tu Palabra me da vida, confío en ti Señor, tu Palabra es eterna, en ella esperaré. Dichoso el que con vida intachable…” Si puedes, en este mismo momento, escúchala toda o un fragmento: https://www.youtube.com/watch?v=KxYJx4MGW9E
Aquí se hace una acertada conexión entre la Palabra y llevar una vida intachable. Es un asunto “vital”. Se podría decir que quien escucha o lee frecuente la Palabra de Dios con mayor facilidad tendrá fuerza para cumplir los mandamientos. Porque, obviamente, se trata primero de “escuchar” para luego pasar al “actuar”. ¿De que me sirve leer el Evangelio sino no me esfuerzo en ponerlo en práctica?
También quisiera recordar aquel hermoso diálogo entre Jesús y sus discípulos, cuando el Señor prácticamente los reta al decirles “¿También ustedes quieren marcharse?” Y Pedro, el vocero del grupo, contesta atinadamente: “¿Señor a dónde iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”… (Juan 6, 67-68).
Igualmente, quiero remitirme a la respuesta de Jesús al tentador: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4,4). Me agrada que no se desprecie el pan material, solo que existe un alimento superior que procede directamente de Dios.

Como ancianito que soy, repito: se trata de un asunto de vida. Si pongo atención a lo que me dice mi amigo, mi esposa o mi hija, ¡con cuánta más razón cuando me habla Dios con palabras de vida eterna!
Y podría ser que argumente que “no tengo tiempo” durante cada día o la semana, para sentarme un momento y escuchar atentamente la Palabra de Dios. Es cierto que Dios nos habla de muchas maneras pero hoy quiero referirme expresamente al Evangelio, a la Biblia, fuente privilegiada y segura de su santa Palabra.
Volvamos al “no tengo tiempo”. No pongo en duda que resulte difícil encontrar un rato de silencio y de serenidad para poder decir como Samuel “¡Habla, que tu siervo escucha!”. Ciertamente que se requieren dos cosas: el silencio y la disposición de escuchar para enterarme o recordar la voluntad de Dios.
Pero también es muy cierto que cuando se quiere conseguir algo uno se industria para alcanzar lo deseado, y esto debería suceder con mi oración personal. He puesto aquí la palabra “oración” porque también una y otra están relacionadas. ¿No es cierto que después de leer un pedazo del evangelio o un salmo resulta más fácil orar? Prácticamente sucede lo que dice el refrán “se matan dos pájaros de una pedrada”.
Podría ser que al final del día saque unos minutos (ojo, no estoy hablando de horas) y pueda leer un pedacito de la Palabra de Dios y hacer oración. Creo que se trata de un asunto de voluntad. Querer es poder. O bien, al inicio del día, me levanto 5 minutos antes y me tomo un tiempo para leer el evangelio de la misa del día. No requerimos ni 10 minutos, solo un momento para escuchar la voz del Señor a través del texto evangélico el cual me recordará que nuestro Dios es un padre bueno o que perdona o que me exige que perdone a quien me ofendió. O, quizá, durante del día hallo ese ratito. Reitero, “querer es poder”.
Ya les he dado algunas sugerencias prácticas de cómo acercarme al Señor cotidianamente. También para quien y pueda está la “Liturgia de las horas” especialmente con los laúdes -oración de la mañana- o las vísperas -oración de la tarde- o incluso las completas -oración de la noche-. Asimismo, está el “rosario bíblico”, bueno todo rosario lo es, pero está la versión que da un espacio mayor a cada misterio incluyendo un texto bíblico.
Regreso al tema del evangelio de la misa del día. Si todos los días lo hiciera, cada año, me estaría dando la oportunidad de adentrarme en uno de los evangelios. Todo, a través de dosis diarias.
Por otra parte, recomiendo ir elaborando la lista de los salmos “favoritos” con los cuales, pasando el tiempo, los terminaremos memorizando y pueden convertirse en oración espontánea (jaculatoria) en cualquier momento del día. Es bonito recordar con alguna frecuencia que “El Señor es mi pastor, nada me falta, y aunque pase por valles oscuros nada temo”. O que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Y aún mejor con el evangelio, tener nuestros pequeños textos favoritos que podemos repetir a lo largo del día: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí, hijo”; “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”; “hagan lo que Él les diga”; “dichosa tú porque has creído”. En la “mochila” de nuestra memoria podemos tener una serie de vitaminas preciosas extraídas de la Palabra de Dios.
Concluyo, ¿tengo ya la costumbre de encontrar un tiempito para escuchar la voz de Dios que resuena en el Evangelio? Si todavía no tengo ese hábito: ¿a qué hora podría encontrar ese momento diario para leer su Palabra y hacerla oración? Si hay tiempo para Facebook o Netflix o babosapp, ¿no tengo tiempo para escuchar la voz de Dios?
Otra opción más, para que nadie se quede sin posibilidades, hay una serie de cantos inspirados en la Palabra o que cantan textos evangélicos. Los hay para todos los gustos. También podemos escuchar la Palabra y cantar con nuestra fea voz. Agustín de Hipona enseñó que el canta reza dos veces.

Como ven, hermanos, no hay pretextos para justificar el no escuchar, cada día, la Palabra de vida que sale de la boca de Dios.
Solo, como ejemplo, aquí está el link del salmo 116: https://www.youtube.com/watch?v=FK2ll-dXJ3I
Mis estimados, ¡manos a la obra! He intentado que sea un “sermón práctico”. Hasta pronto.
Por: Padre Alejandro Hernández, sdb, director del Filosofado Salesiano.