Por: Mons. Víctor Palma. (Tomado de Guía Liturgica Verbum Dei del Domingo 26 de enero de 2,020)
Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios como nos ha indicado el Papa Francisco en su carta «Les abrió el entendimiento» (30 de Septiembre de 2019): estamos llamados no a saber la Biblia sino a vivir la Palabra, la cual es una persona viva, la que se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1,18). Esa Palabra viva es la que encontramos cada domingo en la Santa Misa, pues no venimos a escuchar ideas sino a encontrarnos con Cristo presente en el hermano, la Escritura, la Eucaristía.
Hoy, Él mismo nos llama al viaje maravilloso de la misión en el mundo: «tierra de sombras» como se llamaba al norte de Israel por su mezcla con ideas y vivencias contrarias a la voluntad del Dios de la vida. Una tierra que Él bendice, quebrantando su yugo mediante la visita del Divino Pescador de hombres. Jesús, en esa misma región del norte, visita la orilla del lago y se va a vivir a Cafarnaún: ¡la luz se hace misionera en tierra de sombras, pues hemos de llevar su presencia a quien la necesita! Cristo, que es la misma Palabra, comienza predicando incansablemente una predicadción movida por la misericordia ante la situación humana. Él llama a la conversión a un mundo que sufre por su pecado: ¡la misión es la predicación con la vida más que con la Palabra, llevar el mensaje de Dios quiere nuestra salvación!
Es así como Cristo es el Divino Pescador. Su ministerio inicia a la orilla de las aguas del lago, para indicar que viene a salvar a los perdidos en el mar del pecado. En la Biblia, el mar es símbolo de la historia humana confusa, cruel y ausente del plan de Dios. ¡Vivamos la Palabra, ayudemos al Divino Pescador dejándolo todo en seguida para no dejar que el mundo se pierda sin la Buena Noticia!
Hoy, Él llama a otros a unirse a su misión de salvación. Que este Domingo de la Palabra sea el domingo de la Escucha de ella y de la misión a partir de ella. Que nos dispongamos a tenerla en la mente (conocerla, estudiarla), en el corazón (amarla, que ella nos oriente en nuesras decisiones) y en las manos (por la caridad operante, como los santos, como los misioneros) siguiendo el consejo de San Francisco de Asís: «Que tu vida sea un Evangelio abierto para quien trate contigo».